Puede acceder a la versión inglesa en este enlace (English version here): Don Diego, Rudra or Thatha?

Esta época de confinamiento ha puesto a muchas comunidades sectarias en cuarentena, como es el caso de la comunidad fundada en torno a Don Diego (en clara alusión a Carlos Castaneda) o Rudra, fundador de dos comunidades: la comunidad hinduista Shiva Nagar en Borriana (Castellón) y la comunidad chamánico–ayahuasquera de Sachavacay. El mencionado Don Diego o Rudra, es «un médico chamán”, «un sanador del alma”, «una persona iniciada», dedicada a ayudar al despertar espiritual de los que se acercan a él, iniciándoles en el camino para alcanzar la iluminación. Hay que aclarar que si bien Don Diego-Rudra se muestra ambiguo a este respecto y nunca afirma explícitamente estar iluminado, no es difícil sacar esa conclusión escuchando sus mensajes.

Sabemos que, durante su adolescencia, deambuló erráticamente por la selva amazónica con la ayuda de sustancias alucinógenas que le convencieron de estar destinado a una tarea trascendente: “cuando tenía 17 años, conocí a un nativo de la selva Amazónica quien me reconoció como su aprendiz”, nos dice. Y es que a su adolescencia debió de acompañarse de mucha ingesta de planta-medicina, porque el mismo Don Diego ha llegado a decir que ha tomado tanta ayahuasca que tan sólo con cerrar los ojos conseguía entrar en estado alucinatorio o, como dicen los ayahuasqueros, conseguía “entrar en ceremonia”. Después de unos años, pasó de llamarse Diego a convertirse en Don Diego, o incluso Don Diego López, un chamán, “un hombre de una profunda espiritualidad arraigada…que aporta pura sanación”. Y para mayores avales, “su habilidad de enseñar las artes de sanación efectivamente en muchas culturas es fomentada por sus extensos estudios en Psicología y Medicina”. No sabemos bien a qué debe referirse con tal presentación curricular, ni qué extensos estudios ha debido cursar, probablemente se refiera a diversos cursillos salteados que asegura haber realizado de “plantas medicinales” o “fitoquímica” en alguna supuesta universidad ubicada en Iquitos (Perú). A la vez, sostiene haber cursado algún estudio de “medicina natural” en la Universidad de Alicante, donde también dice que estudió “Psicología Jungiana, Programación Neurolingüística y Flores de Bach”, pretendidas formaciones que hasta donde conozco no imparte tal Universidad.

En cualquier caso, tras esa etapa iniciática en Perú -que desemboca en proclamarse su propio garante de la condición de chamán-, realiza un viaje a la India, en donde conocería a Kodi Thatha Swami, un anciano de quien se asegura míticamente que vivió unos 300 años hasta que dejó su cuerpo en 1993, y de quien se dice también que pasó doce años en la posición yóguica del árbol sin moverse, ni siquiera para dormir, comer o hacer sus necesidades. Huelgan comentarios en este sentido. Pero el contacto con Thatha en la India supuso un antes y un después para la vida de Don Diego y de su comunidad. Será a partir de este momento cuando Don Diego comienza a llamarse también Rudra, después que supuestamente el espíritu de Kodi Thatha lo poseyera por primera vez entrando en su cuerpo para hablar a través de él. De este modo, pasó de ser un chamán a funcionar como canalizador de Thatha. Este hecho debió conmocionarle de tal forma que concluyó que lo mejor era transmitir sus enseñanzas, tanto a nivel de las tomas de ayahuasca en calidad de chamán a través de ceremoniales tanto en España como en Estados Unidos, como a través de la práctica religiosa hinduista en la que Don Diego funciona como el maestro Rudra.

La comunidad chamánico–ayahuasquera de Sachavacay

En un primer momento, y según explica él mismo, tras su iluminación adolescente con la droga, Don Diego crea una comunidad chamánico–ayahuasquera bajo el nombre de Sachavacay. Su origen, dice, se remonta a la selva amazónica del Perú, donde construyó una red de cabañas para que la gente pudiera tener una experiencia de transformación personal y evolución espiritual tomando plantas alucinógenas como la ayahuasca, entre otras. Si bien en las reuniones que se celebran regularmente con ayahuasca, nunca se habla de Thatha -eso pertenecería más bien a la práctica hinduista-, lo cierto es que Don Diego despliega un estilo adoctrinante en relación al estilo de vida, la espiritualidad, etc. que se acercan mucho a las enseñanzas que posteriormente aparecerán con Rudra. De hecho, casi el total de las personas que acudirán más tarde a la ermita de Borriana es porque antes han conocido a Don Diego y a la comunidad en una ceremonia de ayahuasca, quizá después de haber transitado por diversos cursos de la nebulosa new age. La finalidad práctica de estas ceremonias con ayahuasca es atraer a nuevos potenciales adeptos, al tiempo que le permiten financiarse fácil e ilegalmente, a lo que hay que sumar el potencial alucinógeno de la sustancia misma. Y es que control inicial que Don Diego ejerce entre sus adeptos se basa, fundamentalmente, en el empleo de la ayahuasca, que utiliza para sondear todos los puntos frágiles de la persona, para más tarde presionar con muchas preguntas sobre las mismas fragilidades que desorientan o den sensación de una conexión única. Otro recurso de obtención de información por parte del chamán proviene de la información que aportarán otros participantes acerca de la persona que empieza a asistir a tales encuentros.

En alguna ocasión, sus talleres ya despertaron quejas, sobretodo en el sentido de la posible estafa económica a raíz de algún curso realizado en los Estados Unidos. Y es que un día de retiro con ayahuasca supone un ingreso íntegro de 4.000€ aproximados que van a parar al bolsillo de Don Diego y de los cuales no se declara un solo euro. Eso se justifica más tarde, cuando ya se asiste a la ermita, excusándose en los altos gastos de la ermita y la comunidad, gastos totalmente prescindibles e innecesarios dado que, según él, Thatha de lo poco material que era, ni tan siquiera quería que la luz llegara a la ermita. En cualquier caso, en las ceremonias de ayahuasca, el chamán se vale de la ayuda de un par de adeptos, que le acompañan y le atienden en caso que él lo requiera y que, además, ayudan a los asistentes durante el proceso de la toma de ayahuasca. Estas mismas personas deben pagarse su desplazamiento y no obtienen ingreso económico alguno por tal actividad. Don Diego, para justificar su abuso, hace saber que está muy bien que cada ayudante se pague su desplazamiento y alojamiento “porque son méritos ante los ojos de Thatha” (lo que, por tanto, es bueno según él ante los ojos de Dios), a la vez que “demuestran su desapego y compromiso con la comunidad”. Dispone de diversas personas encargadas en diferentes lugares para organizar sus ceremonias de ayahuasca y es a través de las mismas que se va realizando sus talleres de toma de ayahuasca. Estas ceremonias se celebran en diferentes provincias de España; en Euskadi, han tenido lugar en espacios alquilados en el hotel Amalurra, en Cataluña han tenido lugar en un lugar alquilado cercano a Alcover (Tarragona), en la “Casa Joferbi” (Joferbi / Mas de Llaneta), así como también en la provincia de Manresa en la masía “Mas Gras” o en Mallorca en un lugar cercano a Inca, concretamente en “Casa Ienmaya” donde se celebraban también reuniones de la Tradición de Santo Daime”, otra comunidad brasileña de ayahuasqueros.

La persona al cargo de gestionar y organizar algunas de estas tomas de ayahuasca, así como también de los retiros espirituales (peregrinajes) en los Estados Unidos, es una trabajadora social que asegura ser experta en trastornos disociativos, y que a la postre es también devota de Rudra-Thatha. En la práctica, hace uso de su condición de trabajadora social para desarrollar funciones de filtraje y sondeo psicológico de las personas que llegan a esas tomas, obteniendo de este modo una radiografía clara de su personalidad para, posteriormente, transmitirla a Rudra y que su puesta en escena ante los nuevos interesados sea más efectista todavía si cabe; esta trabajadora social es designada por el gurú como “la abuela” y tiende a pasar la información esencial de cada adepto, de forma que Don Diego tiene herramientas más sólidas, aún si cabe, para manipular a sus adeptos. Esta misma trabajadora social estuvo envuelta también en el proyecto lanzado por Rudra de establecer una asociación (Friends of Sachavacay Preserve Inc), una asociación que fue disuelta el pasado año 2009.

Aparte de la ayahuasca, hay que añadir que Don Diego administra también otras plantas, como las 7 raíces, sustancia que en algún retiro celebrado en Asheville (Carolina del Norte, Estados Unidos) dejó a algunas personas en un estado de paranoia y desestabilización y su incompetencia se hizo evidente pues parecía no saber qué hacer ante esa situación que se le había ido de las manos (dado que él mismo había suministrado la planta alucinógena). Además, mostraba cierto desaire hacia estas mujeres -poco propio de un maestro que guía y quiere lo mejor para sus discípulos-, esperando que ellas mismas salieran de ese estado alucinógeno inducido por él mismo y criticándolas por no estar a la altura de lo que la comunidad espera. La idea es que cada persona debe tomar la ayahuasca (u otra sustancia por él suministrada) y resolver por sí mismo su situación, sin ayuda externa, pues eso les permitirá “aprender una lección”. El mostrar debilidad o dudas al salir de estos estados, es interpretado sistemáticamente por el chamán como una evidencia de lo mal que está la persona. Para que se entienda: es como si un padre pegara a sus hijos excusándose en la idea de hacerles más fuertes y luego les reprendiera todavía más si se quejan por los golpes. Y es que a ojos de los demás, Don Diego posee “una gran sabiduría” y todo lo que hace es por el bien de cada uno, es decir, que si suministra una droga y ésta produjera alucinaciones o incluso algún efecto nocivo, es siempre por el bien de los adeptos y para potenciar el despertar espiritual.

Al chamán le gustan las drogas. Y ha montado un sistema por el cual los propios adeptos se la financian, aparte de otras cosas. En su repertorio de tóxicos emplea también la marihuana, “para limpiar el karma”. El gurú parece disfrutar cuando alguien de su comunidad se rompe tras la ingesta de sustancias, grabando en video las imágenes para después mostrarlas en privado y reírse abiertamente de tal o cual persona que perdió la cabeza. Esta actitud, tan poco espiritual, la justifica diciéndole a los demás que en realidad todo eso ayuda a las personas (el gurú puede hacer lo que quiera, aunque sea humillar, reírse de los demás o contar los secretos de otros, por ejemplo: tal persona tiene el SIDA). O cuando en otras ocasiones le dice a alguna adepta que su comportamiento es “como el de una perra de estar por casa”, también lo justifica diciendo que es algo que hace por el crecimiento espiritual de dicha adepta. Este tipo de funcionamiento se ha hecho habitual, y como señalo en mi último libro ¡Captados!, la institucionalización del abuso es una de las marcas del funcionamiento sectario.

Además, en su círculo íntimo, puede hacer comentarios ofensivos o ridiculizantes de las personas que en una toma de ayahuasca se vinieron abajo o mostraron síntomas de romperse, ante los cuales el chamán hizo comentarios del estilo “está enganchada” o “está loca”. Estos comentarios ofensivos o humillantes de parte de un maestro espiritual pueden tener un doble efecto sobre los adeptos que los escuchan, haciéndoles sentir incómodos o violentos internamente, ya que no se sienten bien ante la mofa/humillación, pero con el agravante de que el chamán o el maestro tienen un importante ascendiente espiritual, aparte de que tal humillación se da en un contexto de mayor debilidad por la misma toma de la sustancia. Otros participantes sentirán culpa y vergüenza porque de algún modo Don Diego-Rudra les llevará a ser cómplices de la situación, con el miedo añadido de que en otra ocasión pudieran ser ellos mismos las víctimas de este tipo de humillaciones, lo que les lleva a una posición en la que se vuelven indiferentes y eso cierra el proceso de grupo en donde el chamán empezará a funcionar como maestro espiritual.

La comunidad hinduista Shiva Nagar

Junto a su práctica ayahuasquera, la otra vertiente de Don Diego es la correspondiente a su alter ego, Rudra, maestro espiritual de la comunidad hinduista Shiva Nagar. Su sede se sitúa en Borriana, donde Rudra, como maestro o gurú ha construido una ermita en la que se adora al dios Shiva y desde donde se pretenden difundir los mensajes de Thatha, ya que “utiliza el cuerpo de Rudra para derramar sus bendiciones al mundo”, transmitir mensajes para iluminar a la humanidad y, además, guiar a sus adeptos, e incluso, obrar milagros en sus vidas. Rudra asegura que gracias a estar en contacto con Thatha, gracias a poder canalizarlo, «puede enviar una energía muy pura a la ermita de Borriana y a sus hijos» (todos los adeptos de dentro y fuera de la comunidad). Dicho sea de otro modo: los adeptos estarán en el camino del crecimiento espiritual si permanecen ligados a la comunidad. Esta puesta en escena terminará estimulando una dependencia progresiva entre sus seguidores, que se verán de este mod0 compelidos a pedir consejo acerca de cualquier aspecto de sus vidas a Thatha, que es quien supuestamente sabe la verdad última de las cosas y está por encima del bien y del mal. Pero lo que en un principio se ofrece como una experiencia amorosa de evolución espiritual, se convierte poco a poco en una situación que genera culpa y miedo.

En los primeros contactos, Rudra funciona mostrándose amable e incluso ayudando económicamente, como una forma de generar un sentimiento de deuda en sus futuros seguidores. Quizá alguien va a pasar un retiro a la ermita y aparte de pagar la estancia y el retiro, lo tienen trabajando en labores de jardín o albañilería, trabajando largas horas, explotándolo vaya, y luego dándole una cantidad pequeña de dinero como agradecimiento, cuando en realidad no deja de ser que se ha aprovechado de la capacidad de tal o cual persona para su propio beneficio. O quizá a otro participante, en uno de sus ceremoniales de ayahuasca, le regala determinados objetos, que hacen sentir a esa persona especial o escogida, porque el gurú les ha regalado tal o cual objeto de valor simbólico. Esas muestras de “generosidad” no son más que un bombón envenenado, porque después el gurú exigirá estar a la altura de las circunstancias (lo que se traduce en atraer a más personas a las ceremonias, guardar secreto sobre ciertas actividades, no cuestionar, organizar las actividades en Bilbao o Mallorca, etc.). Y al mismo tiempo, utiliza esa misma estrategia para infundir culpa, en el sentido de que, si él fue tan generoso en el pasado, ¿por qué ahora el adepto no lo es entregando todo su tiempo, energía y dinero a la comunidad?

Ese “regalo”, además de haber sido envuelto bajo los supuestos de amor y desinterés, viene acompañado de dos matices ocultos estrechamente ligados: la imposibilidad de rechazarlo y la premura a aceptarlo. Y es que Rudra no permite la duda, no deja espacio a la reflexión y en casos de necesidad siempre acude al típico: “no puedes desaprovechar este regalo” o el “debes decidirlo ahora”. El regalo, en última instancia proviene de Dios y el solo hecho de dudar en aceptarlo es un insulto y una falta de respeto ante Dios mismo. En la práctica, cualquier cosa que salga de la boca de Rudra es un regalo y no cabe la posibilidad de siquiera dudarlo. Al inicio, cuando el adepto muestra cierto interés y se encuentra en las capas más externas de la organización, la seducción se ejerce a través de regalos materiales. Pero a medida que el adepto se va adentrando en la comunidad, los regalos pasan a ser más sutiles, pero de mayor calado, hasta que llega un punto que cualquier cosa que venga del gurú es un regalo (aunque sea una mirada llena de odio y destrucción pues es “necesaria” para la evolución espiritual). En las primeras fases de seducción, el adepto acepta inocentemente los regalos sin percatarse de la perversión que esconden los mismos y según va integrándose en la organización, los regalos pasan a ser recibidos con cierta alegría y también con mucha presión, pues requiere de ellos mayor compromiso con la causa y entrega a la misma. Para un adepto es muy difícil percatarse de dicha presión pues el mismo hecho de sentirla puede interpretarse como un rechazo y esto provoca un conflicto interno que con el tiempo va creciendo. Además, esa presión no puede ser cuestionada, ya que Rudra no da el espacio ni el tiempo para pensar sobre ello y si se plantea, responde con desaire o incluso enfado, según el grado de confianza, lo que provoca una mayor culpabilidad.

Una vez dentro de la comunidad de Shiva Nagar, Rudra fomenta el desapego y la renuncia, requisitos imprescindibles para avanzar por el camino espiritual; pero, llamativamente, resulta que tiene varias casas o fincas en propiedad y lleva un estilo de vida lujoso con la excusa de que el maestro tiene que vivir bien para llevar adelante el peso de la comunidad. Según él, todo el dinero que es recaudado se invierte en la ermita o en la comunidad y también para “los hijos de Thatha”. Ejemplo de ello es la construcción de una escuela en Perú, dona alimentos a los seguidores de Thatha en la India o provee de elementos de cocina y alimentos para que los voluntarios de Thatha puedan dar de comer a los visitantes (aunque en muchas ocasiones los adeptos pagan por estar en la ermita, por lo que se puede decir que está incluido). De paso, intenta demostrar que los donativos y las recaudaciones de los adeptos están al servicio de la comunidad, pues es un espacio que da servicio a los hijos de Thatha (al fin y al cabo, todo es para adorar supuestamente a Thatha y ayudar a sus hijos desperdigados por el mundo). Según el mismo Rudra, con todas estas tareas está gastando mucho dinero. Cosa que no le impide remodelar la ermita, instalar placas solares, embellecerla (pintar, construir altares ilegalmente, comprar estatuas muy costosas que trae desde India, pagar en efectivo el mantenimiento de los jardines, comprar árboles y plantas, etc.). Pero en esencia, Diego-Rudra tiene un sueño grandioso: que la ermita sea un lugar majestuoso y opulento, no para crear un espacio de paz y encuentro interior, sino para resaltar su poder económico-espiritual y su grandeza personal. Esto es lo que él necesita para ser alguien y llenar su infinito vacío interior.

Don Diego-Rudra tiene en propiedad dos casas. Vive con todas las comodidades posibles: calefacción por suelo radiante, jacuzzi gigante, cocina completamente equipada, altavoces por bluetooth en toda la casa o parquet de madera traída de Perú. Tiene un buen vehículo por importe de más de 20.000€. Y tiene la ermita. Todo ello acompañado de un nivel de vida muy superior al de un trabajador medio, sin reparar en gastos cuando así lo estima necesario: compra ropa, come en restaurantes, compra billetes de avión en primera clase…. Dista mucho de una vida espiritual en el sentido de alejada de lo material. Para justificarlo tiene la razón perfecta, diciendo que Thatha le dijo que lo hiciera. Pero si él fuera un verdadero maestro espiritual, ¿no debería aplicarse lo mismo que predica?

De hecho, y según el mismo Rudra explica, Thatha desde el principio le pedía austeridad y humildad en la ermita, cosa que cada vez cumple menos pues adorna y adorna la ermita cada vez con mayores comodidades. Pese a todo, él exige desapego y renuncia, lo que en un principio parecería razonable para llevar un estilo de vida espiritual, pero conforme van calando estas ideas entre sus adeptos, el desapego y la renuncia se traducen en el abandono de sus vidas (vida social en redes, amistades, posteriormente familia) y, en última instancia, de sí mismos. Una vez el adepto llega a este punto Rudra tiene el control absoluto de sus vidas y puede doblegarles a su antojo. Rudra siempre se mueve en la ambigüedad y nunca dice nada explícitamente, pero lo sugiere, lo insinúa, de modo que la responsabilidad siempre cae en el adepto. El siguiente mensaje de Rudra ilustra lo expuesto: “si los otros deseos son más poderosos en nuestra mente que Dios, entonces no encontraremos tiempo. El desapego y la renuncia son las claves”. El trabajo verdadero de Rudra es enviar mensajes o hacer que otros lo hagan por él para estar presente en la vida de sus seguidores y calar, poco a poco, en sus corazones y, sobre todo, en sus mentes. En esta espiral invisible: ¿cómo no hacer caso al maestro? ¿Cómo no acercarse a Dios si te están dando las claves?

A este respecto, se ha de añadir que Rudra, en un grupo de WhatsApp a través del cual se comunica con sus adeptos, dice cosas como del estilo “Thatha ha abierto la ermita para solucionar los problemas de las personas”, o también que “Thatha es Shiva (es decir, Dios) y Shiva es Thatha”, y que “Dios y el gurú son la misma cosa”. Este tipo de mensajes son constantes y calan en la mente y los corazones de los adeptos de Rudra, quienes terminan pensando que Thatha es Dios y, por extensión, deducen que Rudra (por estar en contacto con Thatha y ser el maestro de la comunidad) es, de algún modo Dios y por ese motivo Rudra sabe qué es lo mejor para cada uno, para el conjunto del grupo e inclusive para la humanidad entera. La finalidad de todos estos mensajes (tanto los que se comparten en el grupo de WhatsApp como los que se dicen de manera presencial) es persuadir a los adeptos para que empiecen a desapegarse de todo lo material y, en última instancia, de sí mismos y pasen a obedecer todos los mandatos del maestro Rudra, quien, mediante la promesa de evolucionar espiritualmente, termina por dominar la vida y las decisiones de todo el que se quiera acercar más a él. Tanto es así que los adeptos de la comunidad, una vez han entregado, directa o indirectamente, sus vidas a Rudra, «su bondadoso maestro», dependen de él para tomar cualquier decisión. Y es que Rudra se sirve de todas las confesiones que sus adeptos le hacen a él (o a Thatha) para, en última instancia, utilizar toda esa información en su propio beneficio y así enriquecerse personalmente. De hecho, los adeptos son animados a hacer donaciones al maestro (dakshinas) como “símbolo de profundo desapego… y sobre todo de la búsqueda de la verdad”. Algunos abandonan sus vidas, sus trabajos, inclusive ponen sus casas a nombre del maestro y se dedican en cuerpo y alma a satisfacer las necesidades de la comunidad sin percatarse que, detrás de esa entrega, el objetivo último es ejercer el control y dominar sus vidas.

Alguno de los que abandonaron la comunidad, corroboran que, pese a la exagerada imagen que Rudra quiere dar de sí mismo en cuanto al enorme esfuerzo que hace por la comunidad (meditar, pujas, ceremonias, hablar/guiar a toda la comunidad, oraciones, mensajes, lecturas de textos sagrados, fuegos, etc.), en su vida cotidiana, allá donde casi nadie tiene acceso, se esfuerza poco, y en ocasiones nada, por realizar estas actividades, especialmente la de meditar. De hecho, tiende a culpar a los demás de no poder realizar adecuadamente sus tareas, llegando incluso a comportarse de manera colérica. Y junto a esta puesta en escena basada en la seducción, el engaño y la estafa, el gurú asegura también que, con sus ceremonias, rezos, etc., la gente puede mejorar o sanar (a ellos y a otros) de enfermedades graves, entre ellas, enfermedades degenerativas, autoinmunes o inclusive trastornos mentales, esclerosis múltiples o el SIDA. Este es uno de los elementos que hace que muchas personas hayan terminado comprometiéndose más y más con la comunidad de Borriana, con la esperanza de mejorar su calidad de vida. En la práctica, Rudra – Thatha no suele aseverar explícitamente que va a sanar a alguien o que va a concederle tal milagro sino, más bien, lo da a entender utilizando un lenguaje ambiguo. De este modo la responsabilidad nunca puede caer sobre él.

El gurú sostiene que el conjunto de su “trabajo espiritual” es puro y verdadero porque nace de Dios. Sostiene, por un lado, que para alcanzar las mejores condiciones energéticas y espirituales, es necesaria una dieta estrictamente vegetariana, evitar grasas, alimentos procesados o similares; y si bien no come carne ni pescados, lo cierto es que tiene predilección por los alimentos procesados, especialmente sus rosquilletas preferidas y las patatas chips o el humus de Mercadona (¡cuando al grupo le dice reiteradamente que ese tipo de alimentos contienen energías muy bajas que dificultan el desarrollo espiritual!). En este sentido, su evidente sobrepeso lo justifica él mismo contando varias historias: por ejemplo que estando en la selva, un día le hicieron brujería y desde entonces, aunque haga ayunos o coma sano, no consigue bajar de peso; o que en una ocasión después de muchas tomas de ayahuasca seguidas tuvo que hacer un parón en casa de una amiga, la cual le cuidó dándole muchos zumos para su recuperación, lo que le provocó un cambio en el metabolismo que le produjo el sobrepeso. Las historias pueden ir variando. Al parecer, debe acomplejarle de tal manera que según aquellos que vivieron cerca de él, pregunta continuamente en secreto si los demás pensarán de él que tiene sobrepeso. Cosa que es evidente que sí. Para más inri, además de justificar su sobrepeso con las más variadas historietas, también se justifica ante los demás citando el ejemplo de maestros iluminados que también tenían barriga prominente. ¿Cómo lo explica? Pues según el mismo Rudra, una vez que te iluminas da igual si comes mucho o incluso si fumas como un carretero porque la vida real no es la terrenal. Otra forma eficaz de justificar su voluminoso cuerpo es decir que Thatha le ha dado ese cuerpo para aguantar toda la sadhana (prácticas espirituales) que lleva a cabo. Los adeptos, apartados de cualquier resquicio de raciocinio, le dan toda la credibilidad a las diferentes historias que él cuenta de si mismo. Es curioso en este sentido que haciendo galardón de su estilo de vida tan pulcro, sano y puro, Rudra pudiera justificar durante un tiempo que fumaba porque Thatha se lo había ordenado para limpiar el karma de “sus hijos”. Lo que no cuenta es que justo antes de que esto sucediera se fue de viaje con un amigo fumador quien, curiosamente, fumaba el mismo tabaco de liar que después él mismo fumaría. Este amigo le incitó a fumar y su poca voluntad le hizo caer de nuevo en esta adicción. Para justificar tal desfachatez ante ojos de los demás y poder disfrutar sus cigarrillos, se inventó esa historia de liberador del mundo, que fumando limpiaba el karma del mundo.

También mantiene que es esencial la abstinencia sexual durante al menos tres días antes de una ceremonia de ayahuasca, aunque en la práctica no respeta ese precepto. Esta transgresión de su propia doctrina la justifica diciendo que al ser él mismo un chamán, puede mantener relaciones sexuales cuando le viene en gana, sin que tal cosa afecte en modo alguno a sus ceremonias espirituales. De hecho, a sus adeptos les vende la imagen de mantener casi una vida de abstinencia sexual pues según él mismo dice: “he trabajado mucho para canalizar mi energía sexual y eso ha disparado mi capacidad de concentración” (entiéndase que la concentración es una cualidad básica del aspirante espiritual para conseguir la iluminación). Es más, el gurú aprovecha su ascendiente espiritual para obtener acceso carnal a alguna de las seguidoras de la comunidad, a las que termina abusando emocional y verbalmente, para justificar su propia impotencia. Otra de las cosas que no concuerdan con el estilo de vida casi ascético que pretende vender es que, siempre que realiza una ceremonia o un retiro, va acompañado de un grupo de mujeres que están a su servicio para que al maestro no le falte de nada. En la parte superior de la ermita hay una habitación en la que Rudra descansa entre práctica y práctica. En esos momentos es muy común ver al maestro tumbado en un colchón mientras sus “sirvientas” se arrodillan ante él y se desviven por servirle algo de beber, haciéndole un masaje, dándole conversación, gestionando sus ingresos o simplemente adorándole, a cambio de ese minuto de atención del maestro tan, tan preciado.

En cuanto a que el gurú madruga mucho para meditar, lo cierto es que, en su vida cotidiana, en esos momentos en los que casi nadie está con él, medita más bien poco, por no decir nada, argumentando que si no medita más es porque se lo impiden los demás energéticamente, o bien, que los mismos miembros de la comunidad son responsables de que él medite poco. Además, en los períodos en los que no hay retiros o ceremonias, a Rudra le sobra bastante tiempo al día y, pese a ello, tampoco medita.

Otro aspecto destacable de Rudra es su mal humor y su poca paciencia, según aquellos que vivieron cerca. Sus adeptos más allegados saben bien de esto, aunque justifiquen su comportamiento tras la imagen de un ser iluminado. De hecho, su mal humor se traduce en muchas ocasiones en estallidos de cólera (muy impropios de un maestro espiritual, por cierto) que se siguen de humillaciones que sirven para culpar a los adeptos por sus actitudes que, por otro lado, en muchas ocasiones él mismo provoca de manera indirecta. Esto le sirve para hacerles ver el mal estado en que se encuentran o para convencerlas de que están trastornados, para en un segundo momento, convencerles de que necesitan ayuda de su parte (y de la de Thatha). Llegados a este punto, los adeptos que sufren estos comportamientos, se llenan de miedo, en ocasiones de pánico, de culpa y sobre todo de mucha confusión (muchas veces sus estallidos de cólera son causados por no hacer algo según su criterio, desde luego siempre por cosas nimias). ¿Qué maestro espiritual verdadero puede justificar este trato si lo que se espera de él es que enseñe, quizás con firmeza, pero siempre con amor?

Este funcionamiento se despliega en un contexto en que lo esencial, según Rudra, radica en la destrucción del ego. De hecho, una de las deidades a las cuales venera Rudra es precisamente la diosa Kali (diosa asociada a la destrucción), de la cual tiene una imagen en su propia habitación. En la ermita de Borriana hay un templo pequeñito del dios Ganesh (deidad hindú que se representa con cabeza de elefante) y en uno de los lados de la fachada está representada esta diosa con la imagen de la cabeza cortada de Rudra en su mano, dando a entender que le ha cortado la cabeza, y por tanto, que Rudra ha vencido al ego. Collage visual que es síntoma de un ego que se sale de sus costuras.

Cuando un adepto pasa a las esferas más próximas a Rudra, sin estar en su círculo más íntimo, la sola atención del maestro es ya un regalo de incalculable valor. Su mera atención se saborea como el elixir de los dioses. Él lo sabe y cuando quiere recibir algo a cambio, entonces dedica tiempo y atención al adepto del que necesita algún servicio. De hecho, el adepto aprende rápidamente que “el maestro tiene una vida muy ocupada” y que el poco tiempo que tiene no lo puede emplear en “nimiedades” (léase, preocupaciones de sus adeptos). Y si en todo este proceso de alienación sectaria el adepto duda o piensa por sí mismo, la recomendación para neutralizar esa energía negativa es repetir y repetir incesantemente el mantra “Om Namah Shivaya” y visualizar la imagen de Thatha, “que siempre quiere lo mejor para sus hijos”. Porque en Shiva Nagar no hay espacio para la duda, ni siquiera para hacer preguntas incómodas. Ya que sino el resultado es la expulsión, la invitación a marcharse, y a caer en la nada.