Laura Wilson, una londinense que en la actualidad tiene 50 años, ha relatado recientemente al Daily Mail su vida en una casa en los suburbios de Londres, aparentemente dentro de la normalidad aunque puertas adentro la vida de esta mujer se viera dominada por el dictado controlador del gurú de la Escuela de Filosofía Práctica, que prohibía «las trampas de la vida moderna».
Los padres de Laura se vincularon cuando ella era niña a la Escuela de Filosofía Práctica, una organización descrita como secta, dominada por reglas estrictas y por miembros adinerados aunque se vean obligados a vivir una vida espartana en la que deben «alejarse del mundo». Cuando recuerda su adolescencia, se ve con faldas largas, el pelo recogido con un moño y una vida controlada dentro de la School of Economic Sciences, conocida en nuestro país como la Escuela de Filosofía Práctica.
Recuerda que al llegar a la adolescencia le dijeron del mundo exterior que era un lugar terrible, agresivo, lleno de gente que no había «visto la luz». No podía ver la televisión, tampoco comer alimentos precocinados ni escuchar música posterior a Mozart. «Todo ésto no me resultó fácil, ya que todavía estaba mezclada con el mundo exterior y sabía que otras personas estaban viviendo de manera diferente.»
La London School of Economics fue fundada en 1937 por el abogado Leon MacLaren – conocido como «el líder» entre sus seguidores -, inicialmente como un grupo ecléctico de reflexión que se centró en la reforma económica. Aunque con el tiempo – y en parte como resultado de los encuentros de MacLaren con Maharishi Mahesh Yogi, fundador de Meditación Trascedental – terminaría autoproclamándose como una organización filosófica. La primera mención a este grupo que tras su fachada académica funciona más bien como una secta data de 1968, cuando el mismo Daily Mail publicaba un artículo sobre Meditación Trascendental en el que se evidenciaban los vínculos con la Escuela de Filosofía Práctica. Dos años más tarde, cuando el grupo desembarca en Malta, empezarán a aparecer testimonios de personas que estuvieron vinculadas al grupo.
La organización, que se estima que tiene unos 2.500 miembros, asegura que se ha modernizado, aunque cuando los padres de esta mujer entraron a mediados de los sesenta, lo cierto es que las normas de funcionamiento interno del grupo se volvieron más rígidas.
Los padres de Laura se conocieron dentro del grupo a finales de los cincuenta, cuando su padre trabajaba como ingeniero mecánico y su madre como médico «aunque realmente nunca hablamos acerca del por qué se habían metido, creo que, como muchos, se habían preguntado en algún momento:» ¿Qué es la vida? «Y para ellos, el grupo les daba todas las respuestas […] creo que quedaron desilusionados con el consumismo de su época».
A partir de la entrada en el grupo de sus padres, la vida de Laura empezó a cambiar puertas adentro. La familia pasaba un mínimo de 30 minutos de meditación dos veces al día, no podían ver la televisión, ni tampoco escuchar música posterior al siglo XVIII. «Cuando yo tenía unos cuatro años, se decretó que nadie debería tener ningún alimento cocido o carne […] recuerdo que un día bajaba por las escaleras pidiendo la comida que se habían llevado […] a partir de entonces, todo era fruta, verdura cruda y queso […] ¿la razón? Nunca se explicó, era lo justo y debía aceptarse sin más».
Si bien a los miembros regulares -que pagaban a la organización una cuota mensual- se les permitía trabajar, su tiempo de ocio desapareció progresivamente: reuniones a todas horas, actividades a realizar diariamente, la obligatoriedad del aprendizaje del sánscrito para atender en las propiedades de la organización, meditaciones, etc.. Laura recuerda que «tenían un gran número de propiedades, algunas donadas por miembros […] nosotros éramos además los encargados de mantener la limpieza […] había que limpiar cada uno de ellos cada semana, sin ningún tipo de aparatos modernos […] la idea de todo ésto era que así íbamos a purificarnos […] pasé mi adolescencia limpiando estas casas […] además había cero tolerancia hacia la homosexualidad y el sentimiento compartido que las personas con discapacidades o con problemas habían hecho algo para merecer su difícil situación».
En un principio, como la mayoría de los niños muy pequeños, Laura no puso en duda su educación. «Pero cuando llegué a la escuela primaria, la cosa cambió […] los demás chicos y chicas veían la televisión, comían carne […] todo parecía imposible, exótico y extraño. Desde el inicio, vivía en dos mundos muy diferentes».
A la edad de siete años, ya estaba obligada a asistir a las reuniones de 20-30 personas en casa o en otras casas de miembros del grupo, para atender lecturas del líder, entremezcladas con filosofía oriental y el canto en sánscrito. «En cierto modo, era como venta piramidal – tenías que subir por la jerarquía de la organización […] y el ideal era convertirse en un tutor. Nos hablaban mucho sobre cómo alcanzar el nirvana espiritual mediante el abandono de la personalidad […] creían que el objetivo final era dejar de ser reencarnado y verte liberado a una conciencia elevada por completo. Pero también hubo un montón de mensajes lamentables entremezclados […] a veces MacLaren lideraba los grupos y podía ser salvaje. Lo recuerdo gritándome si escuchaba preguntas que no le gustaban».
Luego vinieron los «retiros de fin de semana», así como las reuniones bianuales de una semana de duración. «Yo crecí con miedo y siempre limpiando. Estaba muy cansada, pero también había órdenes sobre cuántas horas descansar […] al final tenías la mente embotada […] había que irse a dormir sobre la medianoche para despertarse a las 4:30 am para iniciar las funciones asignadas».
Cuando llegó su adolescencia, Laura se sentía muy confundida y perdida, entre dos mundos. A la edad de 13 años, es trasladada a una nueva escuela vinculada a la organización «había un curriculum más o menos estándar […] pero también había había que asistir a un grupo filosofía una vez por semana, había un montón de actividades de canto en sánscrito, así como actividades de meditación y canto de letras preparadas por el líder […] inicialmente, no había enseñanza de lenguas modernas, sólo sánscrito y griego antiguo […] cuando cumplí los 16, y como el grpo cree que es cuando aparece la sexualidad en la mujer, pues a partir de ese momento debía vestir con faldas largas y el pelo recogido […] el mensaje principal que se repite constantemente es que la sexualidad femenina debe ser reprimida, que era una cosa peligrosa».
Su vía de escape fue la universidad: la educación superior era aceptada por el grupo, aunque con restricciones. Tras diversas discusiones con su jefe de grupo, a Laura se le permitió solicitar una plaza en una universidad de Oxford, que en ese momento era sólo para mujeres. «Eso se considera aceptable. Aunque la sensación imperante era que en la universidad me encontraría con orgías […] su deber era protegerme de ellas».
Al iniciar la universidad en 1982, su sensación fue de choque «me sentí como si estuviera descubriendo el mundo por primera vez. Tener la libertad de hacer lo que quisiera, simplemente ser normal, fue emocionante». Aunque no era del todo libre, ya que debía viajar una vez por semana a Londres para asistir a las reuniones del grupo, así como a sus «retiros» de fin de semana. «Recuerdo que iba en tren hacia Londres con mis pantalones vaqueros y camiseta, pero antes de bajar del tren me cambiaba y me ponía la falda larga y me recogía el pelo».
Mientras tanto, a Laura le controlaba un «tutor» del grupo «decía que me había visto hasta tarde, con un grupo de chicos y chicas, con tejano, y me preguntan qué estaba haciendo. Fue horrible, inquietante». En su último año en la universidad, Laura inició una relación con un chico, con el que terminaría casándose tras duros enfrentamientos con los líderes de la organización y sus padres.
Continuó siendo un miembro formal, pero mantuvo al mismo tiempo su vida paralela fuera del grupo. A los 22 años se traslada a Londres para formar familia, coincidiendo con que una mujer del grupo intentó suicidarse y la muerte de otra chica del grupo en un accidente de tráfico. Todo ésto, junto a la presión que se ejercía sobre ella, acabó llevándola a abandonar el grupo.»Recuerdo haberme reunido con uno de los tutores de alto nivel y decirle que no podía aceptar nada de esto, que no era para mí».
Pero su decisión comportaba también una ruptura, ya que ambos padres continuaron en el grupo; el padre falleció el pasdo 2010 y la madre abandonó la medicina convencional para dedicarse a la homeopatía y continúa con el grupo.
En la actualidad, Laura está felizmente casada e insiste en que ha superado los problemas causados por su turbulento pasado, aunque admite que los recuerdos de esa época todavía le hacen sentir vulnerable. Con sus padres estuvo bastantes años sin comunicación, hasta que años más tarde se reconciliaría con su madre.
A propósito de un libro que acaba de publicar «A Willing Victim», indicó también que «hace unos años me encontré con un foro de Internet en el que ex-miembros compartían sus experiencias […] sentí esta enorme sensación de alivio, en parte porque había enterrado una gran parte del pasado, pero también porque en ese foro me encontraba con otras personas que explicaban su vida allí dentro […] pensé que no era tan sólo yo […] y eso también me alivió […] ahora, todo aquello me parece surrealista».