El conocido experimento de los años 60 de Stanley Milgram, que se puso en marcha para averiguar si la gente común podía llegar a infligir dolor si una autoridad así se lo ordenaba, ha llegado a una conclusión todavía más rotunda y preocupante si cabe.
Los experimentos de Milgram fueron pensados en su momento para investigar la afirmación del nazi Adolf Eichmann, quien durante su juicio por sus crímenes de guerra, sostuvo que tanto él como sus cómplices “tan sólo seguían órdenes”. Cuando se realizó el estudio original, tan sólo dos tercios de la gente continuaron hasta el nivel máximo de 450 voltios.
Ahora, cincuenta años más tarde, la nueva versión del experimento llevada a cabo en Polonia ha demostrado que la naturaleza humana ha mejorado bien poco. En esta nueva versión del experimento de Milgram, recientemente publicada en Social Psychological and Personality Science, la mayoría de las personas aseguraron que no infligirían dolor a otros, pero se mostraron contentos si lo ordenaba una figura de autoridad.
En esta ocasión, se reclutaron a 80 participantes, incluyendo mujeres y hombres. El resultado: el 90% estuvieron dispuestos a infligir el nivel de choque más elevado (450 voltios) a otro participante, aún cuando gritaba de agonía.
El psicólogo social Tomasz Grzyb, de la Universidad de Ciencias Sociales y Humanidades en Polonia, indicó que “al enterarse de los experimentos de Milgram, una gran mayoría de personas indicaron que nunca se comportarían de esa manera. Pero nuestro estudio ha demostrado, una vez más, el tremendo poder de la situación a la que se enfrentan los sujetos y la facilidad con que pueden aceptar cosas que incluso pueden encontrar desagradables”.
A los participantes, de entre 18 y 69 años de edad, se les mostró un generador eléctrico, dándoles una serie de diez palancas para presionar, cada una de las cuales parecía enviar un choque sucesivamente más alto al participante a través de electrodos adheridos a la muñeca. A estas personas se les explicó que estaban participando en un experimento relacionado con la memoria y el aprendizaje.
En realidad, no se produjeron descargas eléctricas y, como en el experimento original, los participantes voluntarios estaban desempeñando un papel profiriendo gritos en consonancia a las descargas supuestamente aplicadas. Estos gritos fueron grabados y reproducidos en los momentos apropiados, siempre en función de las descargas eléctricas suministradas.
Al igual que en el experimento de Milgram, los participantes fueron estimulados por los mensajes del científico supervisor, tales como “el experimento requiere que continúe”, “es absolutamente esencial que continúe” o inclusive “no tiene otra opción, debe continuar”.
Las descargas fueron administradas de un modo más piadoso entre las mujeres en comparación a los hombres. Además, en esta nueva versión de experimento, el número de participantes que se negaron a cumplir las órdenes del experimentador fue tres veces mayor que cuando la persona que recibía los “choques” era un hombre.
El Dr. Grzyb concluyó: “Medio siglo después de la investigación original de Milgram sobre la obediencia a la autoridad, una sorprendente mayoría de participantes todavía está dispuesta a electrocutar a una persona indefensa”. De hecho, otro estudio de la Universidad de San Andrés sugirió que la gente se mostraba feliz de infligir dolor a otros si creían que era por un bien mayor.