En estos últimos meses, el Templo de Shaolin, cuna del kung fu y del budismo Zen, situado en los bosques de la provincia central china de Henan, donde cuenta la leyenda que los monjes se han entrenado en artes marciales desde hace siglos, se ha visto salpicado por acusaciones en contra de Shi Yongxin, actual Abad del Templo de Shaolin y Presidente de la Asociación Budista de China de Henan.
Los diversos relatos que han ido apareciendo en diferentes medios periodísticos chinos, recogidos también por el New York Times, se basan principalmente en los documentos publicados por un ex monje en los que describe la vida en el Templo y señala a su abad como el dueño de una pequeña flota de coches de lujo, habiendo malversado millones de dólares a través de una corporación ligada al Templo y desviado parte del dinero a una amante que ahora vive en Australia.
Más allá de las repercusiones legales obvias, el punto central es la transgresión de la austeridad y la castidad de la que hacía gala hasta el momento una de las figuras más prominentes en el budismo chino y que debería ser característica de un Abad. Para su creciente legión de críticos, el escándalo ha tocado la propia moral social por la cual de un modo cínico, la codicia y el materialismo pasan a funcionar como una suerte de moralidad basada en el triunfo, sobre todo entre aquellos que están en posiciones de poder.
El informante, que encubre su identidad y utiliza el sobrenombre de «buscador de la justicia», ha dicho a los periodistas que está harto de la hipocresía del Abad, que quiere ver «la tradición Shaolin purificada de nuevo» y expresó al mismo tiempo su temor a posibles represalias «por parte de los secuaces de Shi Yongxin». En su comunicado oficial, indicó que «lo que buscamos es que el mundo exterior sepa que el Abad de Shaolin, con el budismo como escudo, es un maníaco mujeriego y un tigre corrupto que descaradamente explota los activos de Shaolin y empaña su reputación».
Entre las pruebas que ha hecho públicas para apoyar sus acusaciones ha presentado declaraciones policiales y fotografías de una mujer dice que asegura ser una de los amantes del abad; también a una monja Shaolin, que aparece vestida con túnicas monacales mientras sostiene el bebé que asegura que fue engendrado por Shi Yong Xin; e incluso a otra supuesta amante que afirma tener evidencia de la lujuria del abad, habiendo guardado una muestra de su semen recogida en un condón, que envió a un médico para su custodia.
Por su parte, los funcionarios policiales locales han abierto una investigación, movidos también por la vorágine mediática y la presión de la Administración Estatal de Asuntos Religiosos, que advirtió que el escándalo podría empañar el budismo chino.
Los críticos se han quejado durante años que Shi Yongxin ha hipercomercializado Shaolin a través de numerosas licencias de productos y franquicias en el extranjero, incluyendo los planes para un resort Shaolin de lujo por valor de unos 300 millones de dólares o el campo de golf en el sureste de Australia. Además, las críticas se han dirigido también a unos gastos estimados en más de 400,000 dólares en «baños de lujo», la oferta pública de acciones que luego se fueron a pique, el gusto de Shi Yongxin por los productos de Apple o los filamentos de oro y un informe de la agencia Xinhua de 2011 que indicaba que las autoridades estaban investigando las denuncias conforme el Abad se habría escapado de una redada a un burdel.
A pesar de todo ello, el Abad ha continuado estoicamente, negándose a responder a las acusaciones de irregularidades o las reclamaciones para hacer públicas las cuentas del Tempo, incluyendo la actividad de la Shaolin Intangible Assets Management, una empresa que invierte en siete empresas de temática budista y es en gran parte de su propiedad.
El Abad, un hombre regordete de unos 50 años, ha descrito en diversas entrevistas que las ofertas de negocios y sus caminos mundanos son necesarios para promover el budismo, y en especial de la marca única de Shaolin en artes marciales, el misticismo y la fe. «Si China puede importar resorts de Disney, ¿por qué no pueden otros países importar el monasterio de Shaolin?».
Aunque oficialmente sea ateo, el gobernante del Partido Comunista de China ha llegado a apreciar el perfil global de Shaolin y su capacidad para generar ingresos. A juzgar por el desfile de los funcionarios que lo han visitado en los últimos años, muchos también creen en los supuestos poderes protectores mitológicos de los monjes guerreros de Shaolin, una leyenda que data del siglo VII, cuando, según cuenta la historia, un grupo de 13 monjes salvaron a un príncipe de la dinastía Tang de una tremenda batalla.
Los defensores de Shi Yongxin sostienen que las personas de éxito invariablemente atraen enemigos. Li Xiangping, director del Instituto de Investigación de la Sociedad de la Religión y en East China Normal University, dijo que los críticos no habían entendido bien su papel como puente entre el budismo y el mundo secular y más aún con un un gobierno que tiene la última palabra sobre los asuntos religiosos en China.
En medio de una campaña del Partido contra la corrupción y la gula que ha visto venirse abajo a decenas de figuras poderosas en los últimos tiempos, el hecho de que la historia del Abad se haya mantenido viva en los medios de comunicación -estrechamente controlados- por tantos días, no augura al parecer nada bueno para Shi Yongxin.
Pero en el corazón de Shaolin Inc., el lugar en donde unos 400 monjes residentes y miles de estudiantes estudian artes marciales en academias privadas que bordean la carretera principal de la ciudad, el apoyo a Shi Yongxin continúa siendo fuerte. La semana pasada, un grupo de 30 monjes publicó una carta pública rechazando las acusaciones contra el Abad, calificando las acusaciones en contra de Shi Yongxin como una «difamación infundada viciosa», sin haber dado mayores aclaraciones a los medios de comunicación.